El perdón es una de las cosas más importantes de la vida, también una de las más difíciles. Hay veces en las que nos es muy fácil pedir perdón, sabemos que hemos hecho mal y nos disculpamos con aquellos a quién hemos dañado, pero en otras, hacerlo cuesta un mundo. Lo mismo ocurre cuando tenemos que perdonar a alguien, en ocasiones no estamos preparados para perdonar a personas que nos han hacho daño pero hacerlo es sin duda, uno de los mayores actos de amor que existen. Así lo dijo Gandhi: “Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar”.
“Perdonar no significa tener que seguir admitiendo las mismas conductas de los demás sino que hemos comprendido, asimilado y tomado una decisión respecto a un hecho que nos ha resultado doloroso”, asegura Mila Cahue, doctora en Psicología y autora de los libros ‘Amor del bueno’ y del recientemente publicado, ‘El cerebro feliz’ (Paidós Divulgación).
Saber perdonar tiene muchos significados, uno de ellos supone comprenderse y seguir construyendo una relación, del tipo que sea. En otras, supone un vivir cada uno su vida sin interferir más en la del otro. Sea lo que sea, y en cualquier caso, “al perdonar, eliminamos cualquier deseo de venganza o mal y desechamos las ‘deudas pendientes‘ que pueden estar interfiriendo en nuestro futuro bienestar emocional. Lo que pasó, pasó, y eso a veces significa seguir cerca de la otra persona y a veces, no”, explica esta especialista.
Las cosas que más nos cuesta perdonar son aquellas que se hicieron a conciencia para hacer daño, y no sin querer. “Nos cuesta asimilar que alguien sea capaz de hacer daño intencionadamente”, asiente Cahue. También es difícil perdonar aquellas acciones que han supuesto un trauma o ruptura de nuestra vida, aunque no hubiera mala intención, pero costará un gran esfuerzo superar.
Sin embargo, pese a todo, a veces lo que más nos cuesta perdonar es aquello que tiene que ver con nosotros mismos. Es decir, perdonarnos a nosotros mismos.
La clave, perdonarnos a nosotros mismos
Perdonar alguien a veces es difícil, pero más aún lo es perdonarse a uno mismo, parece que podemos ser flexibles con todos menos con nosotros. “Perdonarnos a nosotros mismos es una de las tres claves que necesitamos para ser feliz”, afirma Mª Jesús Álava Reyes, directora del centro de Psicología en Madrid que lleva su nombre (Álava Reyes) y autora de diversos libros, entre ellos ‘Las claves de la felicidad’.
Las tres claves de la felicidad según esta autora son, querernos más a nosotros mismos, llevar las riendas de nuestra vida y saber perdonarnos. Sin embargo, y según un estudio realizado por el centro que dirige, sólo el 2% afirmó que lo fundamental para ser feliz, es saber perdonarse, cuando realmente es lo más importante de todo. “Pues sólo cuando somos capaces de perdonar nuestros propios errores nos sentimos bien con nosotros mismos”, señala.
De hecho, perdonarnos supone para nosotros aumentar nuestra seguridad y confianza, hace que tomemos mejores decisiones, nos hace más humanos y cercanos. Además, algo importante en todo esto es que “da igual que te perdonen o no los demás, hasta que tú no te perdones a ti mismo no te sentirás bien”, asegura.
Hay varios momentos en que perdonarnos cuesta mucho. Uno de ellos es cuando pensamos que realmente, les hemos fallado a las personas que más nos quieren y no hemos sabido cubrir esas expectativas. “Especialmente a nuestros hijos“, apunta Álava. Por otro lado, cuesta mucho cuando pensamos que nos hemos dejado engañar y que hemos perdido nuestra dignidad.
También, especialmente cuesta perdonarnos cuando nos sentimos vulnerables, por ejemplo, cuando estamos enfermos o estamos físicamente muy débiles. También, cuando nos sentimos culpables por algo que no hicimos y que ya no tiene remedio, por ejemplo, que se hayan muerto nuestros padres sin que nunca le hubiésemos dicho ‘Te quiero’. Ese es un perdón que nos cuesta mucho concedernos, que produce además un dolor terrible y que hacerlo conlleva un gran trabajo posterior. Para conseguir la felicidad, “debemos perdonarnos con nuestros fallos y querernos por nuestros esfuerzos, no por nuestros logros sino por nuestros esfuerzos, porque a veces los resultados llegan más tarde de lo que creemos o esperábamos”, señala la experta en Psicología.
Por qué pedir perdón
Pedir perdón es otra tarea a veces complicada de hacer. Sin embargo, si sabemos pedirlo, demostraremos una gran categoría moral y humana. Pero sobre todo, “nos ganaremos el respeto y probablemente el perdón sincero y la admiración de aquellos que sufrieron nuestra equivocación”, apunta Cahue. De este modo, “pedir perdón es un acto de madurez: reconocer dónde, por qué, cómo y cuándo hizo daño; qué significó ese daño para la otra persona y, lo más importante, reparar lo que es responsabilidad de quien causó el dolor, no de quien lo sufrió”, añade.
En ocasiones, al pedir perdón cometemos dos errores. Según enumera Cahue, el primero es pedir perdón con la intención de que la persona dañada se olvide, y ‘aquí no ha pasado nada’; y el segundo pedirlo sin la más mínima intención de reparar donde se hizo daño. “Es importante tener presente que debemos asumir con responsabilidad nuestros errores, aceptando la realidad, aun cuando no nos agrada aceptarlo”, insiste.
De este modo, explica que la mejor forma de pedir perdón es reparar el daño que produjimos, y ello podemos hacerlo tan sólo en tres pasos: admitir ante la persona dañada el daño realizado; comprender el por qué, el cómo, el cuándo y el dónde se ha hecho daño y por último presentar un propósito de enmienda sentido y sincero. “Antes de exigir a la persona afectada que perdone, se debe rectificar y asumir el daño causado”, concluye Cahue.