Cuando una persona manifiesta su deseo de morir, lo que verdaderamente anhela no es que lo maten de inmediato, sino que le solucionen su problema principal.
Puede querer que le eliminen el dolor o le rescaten de la soledad en que se encuentra. Quizás desea superar su incapacidad y no seguir siendo una carga para nadie. Es posible incluso que sienta miedo en lo más profundo de su ser o rabia por la situación que le ha tocado padecer. También cabe la posibilidad de que esté agotado o deprimido y la vida se le haga demasiado cuesta arriba como para superarla por sí solo.
Frente a estos múltiples estados anímicos ¿no sería mejor procurar darle una solución coherente a su tragedia particular que quitarle la vida de raíz como él demanda?
Quien exige la muerte lo que en realidad necesita, además de cuidado médico, es amor humano y calor espiritual. Está pidiendo afecto de sus allegados y consuelo para superar la etapa definitiva de su existencia. Es verdad que no existen dos enfermos iguales y que cada cual vive el desarrollo de su dolencia de manera diferente.
Es así como la psiquiatra suiza afincada en Estados Unidos, Elisabeth Kübler-Ross, después de dedicar buena parte de su vida a estudiar el comportamiento de los moribundos escribió un libro titulado, Sobre la muerte y los moribundos, en el que defendía la existencia de cinco fases diferenciadas en el proceso de toda enfermedad terminal.
Como la investigación se realizó en Norteamérica, los resultados reflejaban lógicamente los comportamientos de los enfermos de aquella región. Según sus trabajos existirían las siguientes fases:
1) Fase de negación: La primera reacción del enfermo al enterarse de su grave dolencia es el aturdimiento y la negación. No se lo quiere creer, piensa que debe haber una equivocación o que el médico no ha acertado en el diagnóstico. Este deseo por negar la realidad puede, a veces, perdurar durante toda la enfermedad.
2) Fase de cólera, ira o rebeldía: El enfermo se vuelve agresivo y se cuestiona constantemente por qué le ha ocurrido precisamente a él. Le echa la culpa a sus familiares, a los médicos e incluso si es creyente a Dios, aunque en realidad la ira va dirigida contra sí mismo. En esta etapa el trato con el paciente se vuelve difícil ya que está muy susceptible y, en ocasiones, se producen inevitables enfrentamientos con los parientes más cercanos.
3) Fase de negociación, pacto o regateo: Si se ha permitido al enfermo que exteriorice su enfado puede pasar a una fase de sumisión y negociación. Cuando ha asumido su dolencia y el hecho de que le queda poco tiempo de vida inicia una especie de regateo con el médico o con Dios. Tiende a obedecer las prescripciones del doctor. Se propone cambiar de vida y ser mejor que antes. Los creyentes intentan, a veces, pedirle al Señor más tiempo, por ejemplo, hasta el nacimiento de su nieto o hasta ver casados a los hijos.
4) Fase de depresión, desánimo o pena: Cuando se comprueba que la negación, el enfado o el regateo no eliminan la enfermedad se cae en una etapa de depresión. El mundo que le rodea deja de ser importante para él. Tiende a aislarse y le molesta la actividad que percibe a su alrededor. No desea comunicarse con nadie, pierde el apetito y se da cuenta de que va a morir. La pena que todo esto le produce empieza a prepararle para la última etapa.
5) Fase de aceptación, resignación y paz interior: Es el momento en que el enfermo asume y acepta su situación con paz y serenidad. Ya ha superado la depresión y el enfado, aunque se siente débil. Está dispuesto para abandonar esta vida. Lo ideal es que todo enfermo llegue a esta fase de madurez, pero para lograrlo se requiere la colaboración de los familiares o de las personas que le rodean.