Una de las funciones principales de los riñones es la filtración, en forma de orina, de los excesos de agua y toxinas que se producen en el organismo, además de regular componentes como el calcio o la vitamina D.
Cuando se producen fallos en este órgano, el riñón deja de filtrar la sangre, por lo que las sustancias que anteriormente se encargaba de regular, como las de desecho o el exceso de agua, comienzan a retenerse en el organismo, haciendo que tóxicos como la urea y la creatinina se acumulen en la sangre.
Una enfermedad renal no suele presentar síntomas hasta que la afección llega a etapas más avanzadas, razón por la cual, según los especialistas, se denomina “enfermedad silente”. La Federación Nacional de Asociaciones para la Lucha Contra las Enfermedades del Riñón destaca la importancia de un diagnóstico precoz para evitar complicaciones, por lo que es recomendable prestar atención a los siguientes síntomas tempranos:
Cambios en la micción como, por ejemplo, levantarse durante la noche a orinar (nocturia) o hacerlo con más frecuencia y en mayor o menor cantidad de lo normal.
Cambios en el aspecto de la orina, como un color más claro o la presencia de sangre.
Retención de líquidos, lo que da lugar a una mayor hinchazón de las piernas, los tobillos, los pies, la cara y las manos.
Cansancio y fatiga ocasionada por la retención de líquidos.
Anemia, en algunos casos, debido al fallo renal.
Picor en la piel, también denominado prurito, provocado por la retención de tóxicos que pueden depositarse en la piel.
Sabor metálico en la boca y un olor a amoníaco en el aliento, debido, todo ello, a una acumulación de la urea en la saliva.
Náuseas y vómitos, además de pérdida del apetito o de peso.
Por último, cuando el riñón presenta insuficiencia, produce un aumento de la tensión arterial pudiendo causar hipertensión.
Las causas por las que se puede producir una disminución del filtrado glomerular son múltiples, tanto por agresiones directas como de forma indirecta debido a otras enfermedades.
La diabetes mellitus junto con la hipertensión arterial son las dos causas más frecuentes que dan lugar a un fallo renal, razón por las que estas patologías requieren un control periódico de las funciones renales del paciente para poder evitar su agravamiento.
Además, existen otros factores de riesgo que aumentan las probabilidades de padecer un fallo de este tipo, tales como enfermedades hereditarias, inmunológicas y algunos medicamentos como los antiinflamatorios o quimioterápicos.